A mi padre, que me liberó al
develarme la verdad
Nunca les mientas a tus hijos. Si tienes muchas ganas de
mentir y no puedes aguantártelas, miénteles a los especuladores, los políticos,
los recaudadores de impuestos, personas que no merecen tu confianza. Pero nunca
les mientas a tus hijos. Puedes incluso mentirles a tus vecinos o amistades, y
hasta a tu marido o tu mujer de vez en cuando. Pero a tus hijos, nunca. Nunca
les mientas.
Y la primera razón por la cual no debes hacerlo es que
tus hijos tienen una confianza ciega en ti. Todo lo que les digas será para
ellos una verdad absoluta. De modo que si les dices que algo es rojo, aunque lo
vean azul, lo llamarán rojo pues no pueden siquiera imaginar que tú podrías
decirles algo que no es cierto.
Tus hijos modelan su percepción a partir de lo que tú les
dices. Mentir es un acto de habla que implica un desplazamiento de significados.
Si tú le has enseñado a un niño que todo lo que es azul se llama rojo, cada vez
que vea un objeto azul, lo llamará rojo y esto le traerá aparejada la burla e
incomprensión de todos los que perciben y llaman ese objeto azul. Sin contar
que todo el sistema de colores se verá tergiversado y nunca estará seguro de
cómo nombrar un color.
Si la mentira además involucra un elemento esencial de su
identidad, tal como quiénes son su padre o su madre, la fecha o el lugar de
nacimiento u otro dato vinculado con su origen, esto lo llevará a crearse una
percepción y visión del mundo torcidas, deformes con respecto a la realidad, ya
que los referentes sobre los cuales se asientan son una ficción, algo que nunca
ha existido.
Y esto nos lleva a la segunda razón por la cual nunca
debes mentirles a tus hijos. Mentirle a un niño se fundamenta en la creencia de
que un niño no siente nada. Nadie lo formula así, claro está. Dirán más bien
que un niño no entiende nada. Nada más falso. Un niño -como cualquier ser vivo,
por otra parte- tiene todos los sentidos abiertos a lo que lo rodea: colores, texturas,
olores, sonidos, sabores... Y es a partir de esas percepciones que va
construyendo su visión del mundo. Si tú le mientes a tu hijo, él nombrará sus
percepciones, y en consecuencia sus emociones y sentimientos más complejos, de
un modo diferente de todos aquellos que conforman su comunidad lingüística, lo
cual lo llevará a una inmensa incomprensión y soledad, ya que no dispondrá de
las palabras que necesita para nombrar lo que le pasa, o lo expresará de una
manera tan rara que apenas nadie lo entenderá.
Nunca les mientas a tus hijos. Hay quien les miente “por
su propio bien”, en nombre de una protección que no sirve sino para proteger al
mentiroso, que se simplifica la vida ocultando aquello que no quiere ver o no
quiere que los otros vean. Mentirle a un hijo, en particular sobre un dato
esencial, un pilar de su existencia, es fundamentalmente un acto egoísta. Es
privarlo de la clave del autoconocimiento. Es como haberle regalado una caja
llena de tesoros, la vida, y no haberle querido dar la llave para abrirla.
Por eso, nunca les mientas a tus hijos. Nunca. Mentirles
es traicionarlos, es robarles la vida. Es un acto cobarde y estúpido.
Si realmente quieres a tus hijos, nunca jamás les
mientas. Nunca les mientas a tus hijos.
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