Nos prometieron la libertad, mejores servicios para todos y
la redistribución de la riqueza. Yo tenía 13 o 14 años y oía decir a los
adultos a mi alrededor que con la privatización se solucionaría todo : los
teléfonos, los trenes, la electricidad, los aviones, todo funcionaría mejor si
estuviera en manos de capitales privados. Porque además eso acabaría con los
monopolios estatales y desarrollaría la competencia, lo que redundaría en una
baja de precios y una mejora de los servicios.
Se suponía, por ejemplo, que si varias empresas ofrecían el
mismo servicio, competirían entre ellas y eso haría que disminuyeran los
precios para atraer a los clientes, quienes serían los principales
beneficiarios de estas medidas. En el caso de Entel, la empresa estatal de
teléfonos, por ejemplo, no resultaba difícil imaginar una mejora ya que el
estado general de cosas era desastroso : meses, sino años, para que te
instalaran una línea, horas para comunicarse con alguien en la misma ciudad,
etc. etc.
El hecho es que se hablaba de ello a diario. Nos llenaban la
cabeza, por no decir nos lavaban el cerebro, con las ventajas que traería lo
que luego dio en llamarse neoliberalismo. Eso sucedía en Argentina a mediados
de los 70. Y realmente esta estrategia de ir instalando ideas en una sociedad,
les dio resultado.
Como la gota que, al caer durante años en un mismo punto,
termina por horadar la piedra, en los años 80 se instaló, con la aprobación de
todos, el neoliberalismo y, simultánea y complementariamente, su mejor
compañera, la globalización. Los gobiernos de Thatcher y Reagan marcaron el
comienzo a nivel internacional. En Argentina fue Menem (1989-1999) quien,
habiendo subido al poder con 47% de los votos, desmanteló y vendió todas las
empresas estatales. Nos habían prometido –les recuerdo- que estas medidas
serían la panacea universal.
Yo, por aquel entonces, por motivos personales pero
amplificados por la desesperanza y el desencanto que me provocaba la reacción
de mis compatriotas que habían sido capaces de votar por un tipo en quien –a la
legua se veía- no se podía confiar, me fui de Argentina. Vine a vivir a
Bélgica.
A comienzos de los 90 no había un solo mendigo en las calles
de Bruselas. Por otro lado, la mutual me garantizaba el acceso a un medicamento
que debía tomar de por vida, a un precio irrisorio. (En Argentina, en comprar
ese medicamento se me iba un tercio de mi sueldo.)
Menciono estos dos hechos como la parte visible de un
sistema social que funcionaba bastante bien pues garantizaba cierto nivel de
bienestar a sus ciudadanos. Todo esto mientras de Argentina me llegaban ecos de
reestructuraciones, despidos, jubilados quer cobraban tal miseria que optaban
por suicidarse.
Pero mucha gente seguía aprobando las medidas neoliberales
del ministro Cavallo, que salía en televisión y nos demostraba con cifras a los
pobres imbéciles que no nos dábamos cuenta de que lo que veíamos en la calle era
solo una abstracción, que estábamos fantásticamente bien. Muchos argentinos, y
también gente de afuera, en Europa y Estados Unidos, lo aplaudía.
La crisis argentina de 2001 fue una sorpresa para el
extranjero. No para mí, que la veía venir desde 1989. ¿Por qué será que la
gente a menudo no ve lo que tiene delante de la nariz ?
En cuanto a las promesas, ninguna había sido cumplida. A
fines de los 90, la clase media había casi desaparecido, en todo caso, su poder
adquisitivo se había degradado al punto de perder trabajo, vivienda y la
posibilidad de dar una buena educación a sus hijos. Lo único que funcionaba un
poco mejor eran los teléfonos, pero más por progresos tecnológicos que por
medidas neoliberales. Los trenes funcionaban aún peor que antes. Los aviones
habían dejado de ser argentinos. Las facturas de gas y electricidad habían
alcanzado precios inaccesibles.
Quiero decir, la experiencia argentina probaba a ojos vista
que el neoliberalismo no solo no daba libertad, mejores servicios y
redistribución de la riqueza, sino todo lo contrario : situaciones
laborales de semiesclavitud, servicios tan malos como antes y aumento flagrante
de las desigualdades.
Entretanto, en Europa, las mismas ideas se habían ido
abriendo camino, traídas en boca de poderosos lobbys apoyados –entre otros- por
ciudadanos bien intencionados de países del Este que, hartos de comunismo,
creían ver en el neoliberalismo el remedio a todos sus males.
Yo, que me la veía venir por haberlo visto en Argentina,
abogaba en contra de estas ideas. Pero los europeos –es sabido- saben más que
cualquiera, sobre todo más que una pobre latinoamericana inmigrante, así que la
mayoría de las veces mis opiniones caían en saco roto.
El hecho es que, poco a poco, fueron eliminando ventaas
sociales, privatizaron los servicios, que aumentaron de precio y no mejoraron,
al contrario (baste darse una vuelta por el correo) y empezó a haber cada vez
más gente pobre en las calles.
Sin embargo, hay gente hoy en día que sigue sosteniendo que
el neoliberalismo es la panacea universal. Como si no hubiera bastado la crisis
de 2008, las tasas de desocupación altísimas, la gente que se suicida en Portugal,
España o Grecia,… La presión de los lobbys sobre la Unión Europea es tal que,
al parecer, ya no hay nada que hacer. El mundo es de ellos. Han ganado. Con la
aprobación y el consentimiento de todos.
Pero no el mío. No en mi nombre. Nunca, desde el principio,
creí en sus promesas.
Por eso, hoy en día, cuando veo en la tele o en el cine,
publicidades que muestran lo felices y libres que somos o seremos si adquirimos
un teléfono o un coche o una bebida, un fuerte dolor de estómago me recuerda la
lista de promesas que nos hicieron allá por los 70 y siguen incumplidas.
En definitiva, el neoliberalismo es una gran mentira, un
engaño, una traición a la buena fe de algunos. Solo espero que cuando los otros
despierten, no sea demasiado tarde. Si no lo es ya mismo.
De Irene Foulkes:
ResponderEliminarMi querida Dulce,
adelante con la lucha!
Es así como relatás…y el Europeo está “dormido”. Cuando se despierte no sé que va a pasar…
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