Lunes 16 de marzo
Hoy he tenido que venir a trabajar. H. le avisó a S. que me avisó a mí que había que estar.
Al salir de casa, –obras obligan- cruzo a la vereda de enfrente. Un obrero de ojos verdes digno de una foto de Steve McCurry está sentado sobre la tierra de un container con la mirada perdida en lontananza. Otro, que bien podría ser turco o de los Balcanes, me saluda en alemán al pasar. Me da risa. Le respondo al saludo.
Anoche vimos otros dos capítulos de La casa de papel –ahora que tenemos netflix, como la mayor parte del planeta, nos estamos actualizando-.
Ayer recibí un mail de mi terapeuta diciendo que, ante la crisis del corona, ella comprendería que yo quisiera anular las sesiones o hacerlas por skype. Le respondí que yo prefería ir a su consulta como siempre.
También recibí un mensaje de C. Ella y su marido toman clases particulares conmigo, cada uno en su oficina. Pero dado que tienen que hacer teletrabajo y no van, por lo tanto, a sus oficinas, C. me propone que vaya a su casa, eso, si no tengo miedo al contagio. Le he contestado que iré.
Estoy en el aula 2 escribiendo esto. En el mismo local, en el otro ordenador, hay otra profesora, H., porque en la sala de profesores no hay internet.
Hay muy poca gente. He visto a nuestra mujer orquesta al llegar. Y también están K., ML e Y. Los que estábamos, y también los otros, por medio del teléfono, nos hemos puesto de acuerdo acerca de cómo se hará el teletrabajo.
Alrededor de las once hemos recibido un mail de nuestra jefa diciendo que ya podíamos volver a casa.
Martes 17 de marzo
Hace un día espléndido. Es un placer sentir el sol en la piel. He ido a pie a un centro comercial a hacer compras. En el camino de ida he sacado fotos de carteles que me pueden servir para mis clases. Ahora que tenemos que trabajar desde casa, me encanta el hecho de poder desplegar la imaginación para preparar actividades y material. Desde ayer, a mi regreso a pie desde la oficina, he logrado acumular unas cuarenta o cincuenta imágenes, entre números y palabras como café, école o sortie.
En el centro comercial no había un alma. Bueno, es un modo de decir, habría cinco o seis almas, una de las cuales fue particularmente gentil, pues me vendió leche descremada, que ya no queda en el supermercado a la vuelta de mi casa.
Ayer hice también algo que no hago nunca por falta de tiempo. Me metí a una tienda donde venden telas (había unas tres o cuatro almas) y me compré unos retazos. A ver si me hago hacer una falda…
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